No sé si es que nos han lobotomizado –quizá con la vacunación masiva, como dicen los terraplanistas– o después de quince años de crisis económica ya nos da igual todo. El titular –no muy grande– dice que las hipotecas que se revisen con el euríbor de marzo se encarecerán un cincuenta por ciento. El precio de todas las cosas ya se ha disparado bastante como para hacernos preocupar. En un mundo razonablemente lógico, millones de personas se echarían a las calles con palos para exigir soluciones y, en la peor versión, para quemar las sucursales bancarias y quizá las sedes de todos los partidos y el mobiliario urbano que se toparan por el camino. Pero no, nada de eso ocurre. Ni se espera, desde luego. La mayoría dirá que así está bien, que la violencia es mala siempre y que esa no es la manera de cambiar el mundo. Pues, vaya, lo siento, pero esa sí es la manera de cambiar el mundo. Así ha sido siempre y hasta ahora nadie ha encontrado un método mejor. Por eso todo sigue igual. Nos enredamos en discusiones estériles e interminables sobre las peripecias de Ana Obregón, nos entretienen con el fútbol, nos enganchamos a Netflix con series cada vez más largas y de capítulos más extensos. Así no nos levantamos del sofá. Si es con cervecita, porrito o quizá alguna pastilla o un polvillo blanco para esnifar, mejor que mejor. Los zombis dan poca guerra porque no tienen cerebro. Total, que mientras en Francia pelean, aunque sea probablemente en vano, nosotros hacemos planes para ir a la playa, salir a cenar, comprar ropa. Nos gusta la vida. Aunque el mes que viene la hipoteca nos estrangule, la amenaza de desahucio asome su fea nariz por la esquina y el futuro se haya vuelto turbio y maloliente.
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