El presidente de Castilla y León, el inefable Alfonso Fernández Mañueco, hace una peineta mientras abandona el pleno de las Cortes durante la intervención de una procuradora socialista y se excusa con que ha sido un gesto involuntario. Por supuesto, un gesto involuntario de su dedo que se alza en un acto reflejo cuando alguien expone iniciativas de ayudas, como en esta ocasión, a las personas celíacas. Con gestos así, él mismo se retrata, quizás lo suyo sería que en vez de asistir a los plenos lo llevasen a una escuela de protocolo que le enseñase a actuar con decoro.
Pero, claro, pedimos peras al olmo y cuando uno ha nacido con alma circense estos gestos teóricamente involuntarios no se pueden frenar. Ellos mismos se justifican aludiendo al poco humor de la izquierda que todo se lo toma a la tremenda. Pero si esta peineta o llevarse el dedo a la nariz lo hubiese hecho uno de Unidas Podemos, hubieran puesto el grito en el cielo, ellos que son la exquisitez personificada. Sería poco pedir que los diputados fuesen tratados como simples asalariados que deben mantener sus modales intactos exigiéndoles puntualidad y esfuerzo para poder ponerlos de patitas en la calle cuando sumaran unas cuantas faltas graves como la que debería conllevar la peineta de Mañueco.
Se empieza riéndole las gracietas a un mindundi como este energúmeno y, poco a poco y vía oral y rectal, te van insertando una pastilla o un supositorio que te traslada a la Edad Media o, sin ir más lejos, a Uganda, donde las peinetas a los colectivos más vulnerables se han convertido en penas de muerte. Nos creemos por encima de estas culturas pero es evidente que los retrocesos a paso lento no se tienen en cuenta porque no los notas como un latigazo en la espalda y sólo tomamos conciencia cuando la atmósfera se convierte en una peineta para cualquier derecho.