Andan muy revolucionados los franceses porque su presidente, Enmanuele Macron, les va hacer jubilarse a los 64 años. Cuando los franceses se revolucionan lo hacen a conciencia. Millones de personas en las calles, quema de ayuntamientos y lo que sea. Es una tradición nacional. Tan empeño le ponen en estos estallidos que la posición del presidente se tambalea por momentos. Expertos en ver lo que ocurre al otro lado del Canal, el rey de Inglaterra, Carlos III ha anunciado que retrasa su visita oficial a Francia. No es cosa de poner un monarca a tiro de los ciudadanos franceses cuando se encuentran revolucionados.
La mecha de las protestas fue la reforma de las pensiones para elevar la edad dos años. El parlamento la aprobó, el gobierno pasó dos mociones de censura y se montaron las protestas. Macron concedió una entrevista esta semana para intentar calmar los ánimos. En los oídos de los franceses sonó como lo de María Antonieta y los pasteles: han pasado de manifestarse por centenares de miles a protestar por millones. Como continúe el crecimiento de las protestas las futuras generaciones de franceses nacerán ya jubilados sin necesidad de hacer nada más en la vida.
Los intelectuales franceses apuntan a un dato clave para este estallido: a Macron no le aguantan. El presidente, antiguo ministro socialista, montó un partido personalista y consiguió quedarse él solo contra Le Pen hija. Así que su mérito es ser la opción menos mala. Mientras, en España se ha reformado el sistema de cálculo de pensiones con acuerdo total entre sindicatos y gobierno y unas pequeñas pegas por parte de las empresas. Lo de jubilarse a los 62 suena a cosa excéntrica de los franceses, gente de costumbres extrañas que antes buscaba la arena de la playa bajo los adoquines y ahora se conforma con una pensión. Mucho mejor que pedir lo imposible, donde va a parar.