Toda la vida se ha considerado un buen negocio comprar plazas de aparcamiento en las ciudades para ponerlas en alquiler. Cuestan menos, conllevan infinitamente menos gasto y mantenimiento que un piso, tienen impuestos más bajos y buena rentabilidad. Ahora a los palmesanos les asombra que las plazas de párking alcancen cifras astronómicas, siguiendo la misma estela de la vivienda. No es ningún fenómeno paranormal, sino consecuencia de múltiples factores, quizá el más claro la prolongadísima crisis financiera que arrastramos desde hace quince años. A la mayoría de quienes padecen ese mal tan habitual de no llegar a fin de mes le puede parecer inimaginable que haya familias que disponen de capital suficiente para invertir y sacarle provecho.
La crisis bancaria de 2008 trajo la anomalía de dejar los tipos de interés por debajo de cero, con lo cual los inversores perdieron la oportunidad de obtener recursos del dinero inmovilizado. El mercado inmobiliario se convirtió en refugio, a través de la compra de pisos, locales y aparcamientos, que pusieron en alquiler. Pero, ojo, el inversor necesita recuperar el dinero destinado a esa compra y espera hacerlo en un plazo razonable, de quince a veinte años. Si el piso se paga caro, el alquiler será igualmente elevado.
Una vez amortizada la compra, el propietario desea una rentabilidad que compense los perjuicios –deterioro del inmueble, problemas con el inquilino, pago de impuestos e intermediarios, reformas, impagos– y ese dato determina a qué precio pondrá su propiedad en el mercado. Si los tipos suben ahora lo suficiente, muchos optarán por devolver su dinero al banco y ahorrarse líos con los inquilinos, así que pronto, quizá, haya aún menos pisos en alquiler.