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Carta a mi nieto

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Bienvenido a este mundo, querido Tomás. Viéndote ahí, tan pequeño y vulnerable con apenas unas pocas horas de vida, pero tan grande y fuerte con tantos siglos de genes y esperanzas, no puedo evitar pensar en lo que será de ti en esos tiempos de amenazas e incertidumbres que te tocará vivir. Y, a pesar de los pesares y atrocidades que nos dominan, mirarte, cogerte entre mis brazos, me hace sentir que no todo está perdido. Seguramente yo no lo podré ver porque ya no estaré aquí, qué le vamos a hacer, Tomás, te ha tocado un abuelo analógico que a duras penas puede entender muchas de las cosas que pasan hoy. Pero sentirte entre mis brazos me ha hecho reencontrarme con todos aquellos sueños que creía ya perdidos y que me han hecho como soy. Cuando miro atrás hacia lo vivido veo aciertos y errores, luces y sombras, pero, sobre todos ellos, los intensos momentos de felicidad que algún día viví y esa inmensa sensación de sentirme intensamente vivo que acompaña mi hoy.

Egoísmos, guerras, injusticias, precariedad y desigualdades bañados en esa suicida salsa del cambio climático serán, sin duda, tus compañeros de viaje. No lo tienes fácil, Tomás, no lo tienes fácil, pero sé que ahí, en algún lugar dentro de ti, brilla una luz de esperanza capaz de iluminarlo todo. Es la luz de la vida, del amor a la vida, esa que, desde lo más hondo de quienes somos, guía nuestro breve caminar por estas tierras. Me gustaría poder darte recetas o consejos que te ayudaran a vivir y, sobre todo, a ser feliz, pero no creo que pudieran servirte de mucho. En este mundo los valores que me guiaron no están hoy muy valorados que digamos. A mí me ayudaron a levantarme tras cada caída y a seguir adelante, siempre adelante. Y hoy, y en gran parte gracias a ti, sé que todo valió la pena y que estoy viviendo el momento más feliz de mi vida. Hay que ver, Tomás, con lo diminuto que eres y ya eres capaz de tan grandes cosas. Solo deseo que la vida te regale inocencia, sensibilidad y generosidad, inocencia para no dejar que el sufrimiento y la inmundicia apaguen la limpieza de tu mirada; sensibilidad para que vivas y disfrutes intensamente el regalo de la vida y sobre todo generosidad, la generosidad necesaria para vivir conforme a lo que una persona muy sabia me dijo una vez: «Todo cuanto retuve lo perdí, solo me queda lo que di». Y no cabe duda de que has empezado con el mejor pie, Tomás, porque nos has dado, sin siquiera saberlo, todo lo que somos.

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