La Real Academia ha recuperado, por fin, la tilde de solo. Un poco tarde, ya digo, pero lo celebro igualmente. Ahora bien, si alguien cree que a partir de este momento la voy a volver a utilizar está muy equivocado. Yo eliminé la tilde de cualquier solo que apareciese en mis artículos cuando todavía no era obligatorio hacerlo y no tengo intención alguna de volver a ponerla nunca más. Sigo sabiendo distinguir perfectamente un adjetivo de un adverbio sin tener que recurrir a tildes de ningún tipo y estoy seguro de que mis lectores también (conque si algún día ven alguna perdida por aquí, corran a avisarme que pienso montar una buena). Por lo mismo, sé también distinguir entre lo innecesario y lo inútil. Innecesaria es la letra hache y, sin embargo y a diferencia de la caprichosa e inútil tilde diacrítica, nos retrotrae a Roma y al latín.
Conque no se equivoquen. Lo que yo celebro no es la recuperación de la tilde sino el poder librarme de una vez de la insufrible cantinela de todos los que durante estos años han hecho de la cansina e infantil defensa de una simple tilde una afirmación de su personalidad, cuando no un signo de identidad. Bastante tenemos ya con los defensores de la tortilla de patatas con cebolla, las películas en versión original (¿las coreanas también, idiotas?) y la ridícula vestimenta blanca de los jugadores de tenis. Que es una tilde, hombre. ¡Una puta tilde!