Estos tiempos modernos y esta política actual de intervención, no saben honrar a los que se quedan ni saben promover riqueza y dinamismo. Seguramente ello sea más importante que el altruismo de postureo y, por descontado, que toda la cascada de subvenciones destinadas a atontar a la sociedad para conseguir el voto cautivo. Castigamos con el escarnio a aquellos empresarios que consiguen el éxito y que además se quedan en nuestro país, en nuestra tierra. En estas islas tenemos muchos que, además, contribuyen al bienestar de toda España. También penalizamos a los que ahorran y que han optado por la forma que el sistema ha propiciado y sostenido: el ladrillo y las propiedades inmobiliarias. La inconsciencia y la propaganda están propiciando la destrucción de la clase media (que se esfuerza por mantener el patrimonio) y la huida de aquellos empresarios que agotados tributaria y burocráticamente aprovechan una planificación fiscal que es sobradamente lícita y que propicia la competencia normativa entre estados (en USA Delaware lidera el fenómeno race to the bottom que ilustra la facilidad para la creación y supervivencia empresarial).
Estamos tan desnortados que el propio sistema destruye las fuentes que le sustentan. Es como si nadie se preguntase de dónde se pagan los subsidios o quiénes contribuyen a que las listas del paro no sean superiores a las de personas activas. Es todo tan desalentador que incluso en diversos foros y ocasiones he escuchado la conveniencia o decisión de abandonar un paraíso agotado como el nuestro. Las medidas políticas también desfiguran un paraíso como lo puede hacer la contaminación o una catástrofe nacional. Ello ya está llevando cada vez a más padres a destinar recursos para que sus hijos estén mejor preparados cuando llegue el inevitable momento de abandonar Baleares. La generación más preparada no podrá contribuir a la mejora social del lugar que vio a sus abuelos nacer. Aquellos que de pequeños escuchaban historias de cómo los suyos partían más allende los mares para intentar salir de la miseria que nos azotaba en la segunda mitad del siglo XIX. El coraje que rezumaban esos pailebotes ha desaparecido en una sociedad que sólo sabe reclamar sin aportar, sin luchar, sin el compromiso social que todos deberíamos demostrar. Somos más egoístas que nunca, vivimos absolutamente manipulados y con tendencia a enfrentarnos y de todo ello hay siempre alguien que saca provecho. Me preocupa que hayamos puesto en sus manos esta democracia que lleva camino de asemejarse a la peor de las dictaduras, que no he vivido y de la que tanto hablan muchos que tampoco lo hicieron. Dan ganas de marcharse, pero yo también soy de los que se quedan. Vale la pena restituir aquello que nos devuelva la serenidad y sea palanca del verdadero bienestar. Nunca habíamos estado tan mal ni tan cabreados. Intentarán engañarte y tal vez que te vayas. Un nuevo futuro pasa, sin duda, por comprometerse y, para ello, hay que quedarse.