El domingo pasado me volví a quedar dormido con la radio encendida y me desperté sobresaltado en plena madrugada. Alguien en no sé qué emisora aseguraba que según un estudio que había realizado no sé quién y publicado después no sé dónde (ya digo que hasta ese momento estaba dormido, un poco de comprensión, a ver si encima me voy a cabrear), según un estudio, iba diciendo, el lunes es el día de la semana en que la gente empieza a sonreír más tarde: normalmente no antes de las once y cuarto de la mañana. Muy pronto me parece a mí, de todas formas. Lo que soy yo, los lunes no empiezo a sonreír hasta bien pasado el mediodía del martes, que es cuando termino este artículo, lo envío al periódico y ya si acaso respondo a alguna llamada
Entre los que sostienen que no se debe escribir enfadado estaba Ernest Hemingway, que afirmaba que lo que más perjudica a cualquiera que se siente ante una hoja de papel –esto él no lo decía así: tenía hemorroides y escribía de pie– son el teléfono y las visitas, porque para imponerse a ellas se ve obligado a ser despiadado con los que le rodean cuando lo que le conviene a todo escritor es estar enamorado. Cervantes, en cambio, escribió así la segunda parte del Quijote –si por aquel entonces llega a pillar por banda al tal Avellaneda lo ensarta como a una morcilla, por muy atrofiado que tuviera el brazo desde lo de la galera Marquesa– y le salió incluso mejor que la primera.
En cualquier caso, pueden estar tranquilos. Hoy ya es miércoles.