Cerca del 90 por ciento de las personas mayores prefiere envejecer en casa, en lugar de hacerlo en una residencia. Claro que la encuesta la proporciona una empresa constructora de accesos y modificaciones de viviendas, con lo cual puede tener su sesgo.
Lo cierto es que cada vez hay mayor número de personas mayores, aunque la denominación de éstas pretende enmascarar los efectos devastadores de la edad. Por otra parte, son discutibles las ventajas de envejecer en casa, precisamente por las dificultades de movilidad de la mayoría de edificios. Y, también hay que decirlo, la familia no es muchas veces la panacea de la soledad de los ancianos, como puso de manifiesto la noticia de hace unos meses de un hospital que dio de alta a 30 personas de tercera edad que no fueron recogidas por sus parientes.
Eso, la soledad, claro está que es un problema para los mayores, por muy independientes que ellos quieran ser. En España son un millón ochocientas mil personas de ese rango de edad que viven solas, con los problemas de toda índole que ello pudiese acarrear.
La alternativa, que es la de las residencias, antes llamadas asilos, ha conseguido una mala fama gracias a la COVID y al tratamiento que muchas de ellas dispensaron a los residentes en aquellos infaustos momentos. Aunque esto no tiene por qué ser así. Si hubiese un mayor control en esos centros para mayores y una asistencia digna en todos ellos, seguro que cambiaba la percepción de muchas personas que prefieren envejecer en casa y se paliaría, por otra parte, el problema de la soledad y la dependencia de unos familiares que muchas veces no están a la altura de las circunstancias.