Aunque Francina Armengol haya sostenido en el Parlament que la ley del sí es sí es una buena ley cuyos «efectos indeseados» se intentan corregir, la iniciativa legislativa del Gobierno de Pedro Sánchez marca la crisis terminal de su coalición y, lo que es peor para sus intereses, de su proyección como gobernante. En las crisis terminales –ha escrito Pablo Pombo en El Confidencial.com– se fractura la relación de los gobiernos con la sociedad.
Sea cual sea la rectificación que se pretende, que va camino de provocar la implosión definitiva de la asociación del PSOE con la extrema izquierda y el independentismo, no conseguirá diluir la responsabilidad por la alarma social creada. Son demasiados cientos los delincuentes sexuales beneficiados por la ineptitud legislativa del gobierno. Una estadística que apunta a seguir creciendo. Pese a que la izquierda se muestra incapacitada para asumir las consecuencias de sus decisiones –la culpa siempre es de los demás, la oposición, los jueces, los ricos y todos cuantos no acepten sus ideas y se sometan con el mismo entusiasmo que las gentes del cine (en los premios Goya ni una palabra sobre el sí es sí)–, el vaso de la paciencia se desborda. La presión sobre la convivencia ha sido excesiva: indultos a los independentistas que atentaron contra la Constitución; supresión del delito de sedición; reducción de las penas por malversación del dinero público. Tantas cesiones, envueltas en justificaciones construidas con mentiras sobre falsedades, al final para nada. El Tribunal Supremo ha puesto de manifiesto las tropelías de Pedro Sánchez y su gobierno para pagar el apoyo parlamentario de los partidos que persiguen la destrucción del Estado. Y Oriol Junqueras no podrá ser candidato a la presidencia de la Generalitat hasta 2031. No todo han de ser malas noticias.
Como remate, la puesta en libertad o la rebaja de condenas de violadores y pederastas. Escribe José Antonio Ruiz (El último sapiens. La Esfera de los Libros 2022): «Lo preocupante no es cometer errores, sino perseverar en el error que nos conduce irremisiblemente a la necedad». Necios, pues, pero dispuestos a todo con tal de conservar el poder y cuanto más aprieta la realidad, más se encastilla la izquierda gobernante en la estrategia de la división de la sociedad en bloques que se muestren irreconciliables. Aquel interés por la tensión como instrumento político que exponía Zapatero, Pedro Sánchez lo pretende elevar a su máxima expresión. Los videos amañados del presidente –jugando a la petanca con los jubilados del barrio, socialistas por supuesto, o tomando café con dos jóvenes felices con su Salario Mínimo Interprofesional, hermano de un asesor de Moncloa el muchacho–, se quedarán en anécdota ante la escalada de crispación que se avecina mediante la utilización del miedo a la derecha y la ultraderecha, PP y Vox, todos en el mismo saco. Aunque la táctica no haya funcionado en los últimos procesos electorales en el país. No es únicamente el PSOE que considera aterradora (Silvia Cano, portavoz parlamentaria) la expectativa de un posible desahucio de la izquierda de las instituciones. Podemos y Esquerra Unida dicen revalidar su alianza electoral en Baleares porque lo de enfrente les da miedo. Y todavía faltan tres meses.