Digámoslo de entrada: ser joven hoy día no es ningún chollo. Y eso que en el imaginario colectivo la juventud sigue considerándose una etapa dorada y nostálgica de libertades perdidas. La prueba está en el intento de prolongarla a toda costa, con afeites y hasta operaciones plásticas que nos quiten los años que se nos van echando encima.
La verdad es que cuando mi generación era joven las cosas resultaban bien diferentes. Frente al terrible paro juvenil del 29,6 por ciento actual, cuando uno acababa sus estudios, del grado que fuera, encontraba trabajo con facilidad. También hay que decir que resultaba más fácil emanciparse de la familia, pues el coste de la vivienda evolucionaba en paralelo a los salarios.
Hoy día, sin embargo, la cantidad de jóvenes que depende de sus padres bate récords, y no sólo en el tema de la vivienda, sino en el de la subsistencia del día a día.
Claro que el mismo concepto de juventud también está en cuestión. El alargamiento de la esperanza de vida, por un lado, ha modificado los intervalos de edad, dilatando su duración y considerando jóvenes a personas que habrán sido tenidas por adultos hechos y derechos hace unas décadas.
Por otra parte, esta mitificación de la edad joven, hace que comportamientos propios de la adolescencia de extiendan en el tiempo y muchos de nuestros actuales jóvenes ya talluditos malgasten su tiempo en vídeo juegos prescindibles o dependan para su vida social de Twitter, Instagram y demás redes sociales...
Como decíamos al principio, ser joven hoy día no es ningún chollo, pues es una edad que cada vez dura más y cada vez ofrece menos libertades a sus sufrientes ciudadanos.