La ultraderecha española está poblada de antiguos comunistas, pero no cabría hablar de un giro de 180 grados en sus ideologías, sino, más bien, de uno de 360: Viajar de una apetencia totalitaria a otra equivale a no moverse del sitio.
Asegura Ramón Tamames, el flipante posible candidato de Vox en su anunciada y no menos flipante moción de censura al Gobierno de Pedro Sánchez, que él no es un fósil, justificando así su viaje a ninguna parte, y tiene razón, no es un fósil, sino solo Ramón Tamames, un ciudadano cuyo más cabal retrato se desprende de su propia biografía política. De la hoz y el martillo al remake de la Unidad de Destino en lo Universal no ha habido en su caso fosilización en sentido estricto, pero tampoco transmigración alguna, sino únicamente una idea tan desproporcionada de sí mismo y de su valía que ha eclipsado a sus ojos cualquier otra consideración, cualquier otra sigla, cualquier otra cosa.
Aparte de eso, diríase que la coyunda Vox-Tamames persigue un solo objetivo: salir en la tele. Para Vox, que carece de proyecto propio y de talla política ninguna pese a que le vota un montón de gente, o que le vota precisamente por eso, la moción es una oportunidad para publicitarse mucho y gratis en vísperas electorales, y para Ramón Tamames la última oportunidad de su vida para erigirse como el líder carismático que nunca alcanzó a ser. Pese a haber formado parte de la dirección del PCE, a haber sido cofundador de Izquierda Unida y haberse postulado en los carteles para alcalde de Madrid, nunca gozó de popularidad.
Tamames quiere ahora salvar a la patria, y es natural que se junte, si es que acaba juntándose, con otro que también la quiere salvar, Abascal, que no ha encontrado a nadie mejor para salvarla juntos. Puede que acabe fraguando o que no fragüe la pintoresca relación, pero uno y otro han conseguido ya con su emparejamiento, si no que se les tome en serio, salir bastante en la tele. Solo con eso, la patria ya columbra su redención.