Todos mentimos algo, todos somos infiltrados de alguna manera en una relación sexoafectiva, por emplear el término usado por las denunciantes del espía policial con el que intimaron bastante, pero no lo suficiente para conocer su verdadera identidad.
La desnudez es a menudo el mejor disfraz y el agente que mantuvo relaciones sexoafectivas con numerosas activistas antisistema durante su intrusión o bien dominaba la industria del enmascaramiento en cueros tan cara al espionaje o bien se había imbuido del tremendo proverbio bahiano que el escritor brasileño Jorge Amado usó como cita en su novela Los pastores de la noche: «No puede uno acostarse con todas las mujeres del mundo, pero merece la pena intentarlo».
Que el joven lúbrico era un poli infiltrado se acabó descubriendo, en fin, tras los dos años que estuvo espiando en ese mundillo vaya usted a saber qué, pero lo que suscita dudas es si fue el disfraz de ácrata (tatuajes, camisetas y esas cosas) o el de la desnudez el que le proporcionó mayores frutos. Lo más probable es que al Ministerio de Grande-Marlaska, pocos, y a él, bastantes más por lo que se ve.
Ahora bien; las muchachas que yacieron de grado con él durante ese tiempo se sintieron después ultrajadas de súbito al descubrirse que en vez de haber mantenido relaciones sexoafectivas con un coleguilla, las habían mantenido con un agente de la Policía Nacional.
En realidad, uno y otro eran el mismo, pero las ahora denunciantes aducen que de haber sabido que era un poli, nunca, bajo ningún concepto, se habrían entregado con él a las expansiones propias del sexoafecto.
Recorrido judicial no parece que vayan a tener ninguno las denuncias, por mucho que se adoben con toda la batería de frases hechas pseudofeministas que maneja el Ministerio de Irene Montero.