El Colegio Médico Colombiano (CMC) publicó en enero un artículo donde proponía que las mujeres en muerte cerebral podían usarse para la gestación subrogada. Es decir, una madre zombi para usos comerciales. El informe, ya retirado, lanzaba contundentes cuestiones: «¿Qué pasa con todos esos cadáveres de mujeres con tallo cerebral en camas de hospital? ¿Por qué sus úteros deberían desperdiciarse?». Las mujeres vasijas, meros receptáculos, ya no hace falta ni que estén vivas para cumplir los sueños de los que consideran que tienen el derecho a ser padres. La cosificación máxima de la mujer. No hace falta pedir su opinión, tampoco tienen que sufrir la pobreza para gestar los hijos de los más favorecidos.
El informe se ha retirado pero la idea ya se ha lanzado. Entre toda la algarabía, alguien habrá recogido el recado. Hagamos un Airbnb de úteros, un Uber de riñones. La economía colaborativa presumía de que cualquiera puede conseguir beneficios comprando, vendiendo, compartiendo o alquilando sus bienes y servicios. Hablamos de casas y coches, pero nos faltaban los cuerpos. El Gobierno francés contrató a escritores de ciencia ficción para que imaginaran posibles escenarios de futuro. La gestación subrogada en mujeres en muerte cerebral sería un argumento estupendo para una distopía.