Cuando ya nada se espera personalmente exaltante (y perdón por el sacrilegio poético de este principio) llega el frío. También ha llegado este año, después de meses hablando del calor, y parece claro que Mallorca sigue más preparada para el calor que para el frío y que hablar de las altas temperaturas da pie a más conversaciones en la calle que hacerlo de las bajas. Incluso si ha nevado. Cuesta pararse en la calle y entablar una conversación sobre el frío que hace. Lo más, y en este gesto tan mallorquín, levantar los ojos sin sacar las manos de los bolsillos y decir «qué frío hace». Y poco más. Con el calor es diferente, pues te puedes parar un rato, sentarte en una terraza e incluso quedar para otro día. La gente es mucho menos habladora cuando tiene frío. Sólo a la chiquillería, niñas y niños de pocos años, les trae muy sin cuidado el frío. Y sobre todo, la lluvia. Los días de lluvia eran una fiesta, más si estrenabas botas. En realidad, hubo una época en que sólo te ponías botas cuando llovía. Por eso se llamaban de agua.
Hay mucha gente que se extraña de que en Mallorca haga frío. Hay gente que llega de otro sitio y te dice vaya que frío hace, no me lo esperaba. Casi siempre, en rondando Sant Sebastià, hace mucho frío (y llueve) coincidiendo con las fiestas de la ciudad. Las últimas, antes de la pandemia de 2020, ya estuvieron marcadas por la lluvia y se fueron cancelando los conciertos poco a poco. No siempre funciona pero si, por ejemplo, le dedicas un artículo al mal tiempo, es muy posible que cuando alguien lo lea, el tiempo haya cambiado. Y si escribes de la lluvia, seguramente no lloverá. En realidad, una ráfaga de viento se llevó por delante todas las letras del artículo que había escrito y lo tuve que volver a escribir, intentando recordarlo palabra por palabra. Creo que la primera letra era una ‘c' y que la última palabra también empezaba por ‘c'. Creo.