Antes de que la Biblia popularizase el Apocalipsis, ya había gente muy apocalíptica que profetizaba el fin del mundo con sólo observar el cielo nublado, y si entonces por casualidad se le moría una cabra, o su mujer se largaba con otro, eso quería decir que el final de los días ya era inminente. Sin duda existe una peculiaridad evolutiva en nuestros cerebros que nos hace muy propensos a las ideas y expresiones apocalípticas, y no hace falta gran cosa para que ese resorte se dispare, y acumulemos apocalipsis con avaricia, como si fuesen vituallas, porque ya no nos basta con uno. En la actualidad, y puesto que son acumulativos y algunos se remontan a milenios, tenemos apocalipsis de todo tipo, superpuestos como estratos pétreos sobre la conciencia, y según su cercanía, se clasifican en futuros, próximos o inmediatos, aunque según los patriotas españoles de derechas, el apocalipsis ya sucedió y está sucediendo hace años, y es el Gobierno.
Es decir, que hay apocalipsis climáticos, energéticos, financieros, nucleares, psicológicos, políticos, medioambientales, migratorios y de género, y además está Sánchez. Pero lo peor es que debido a la atracción que experimentan unos por otros, y el afán de los apocalípticos por sumarlos y fusionarlos, ahora la modalidad dominante del fin del mundo es el apocalipsis en grumo. Un final por amontonamiento y fallo multiorgánico. Con lo felices que éramos con un único apocalipsis, que en cumplimiento de la Ley de Sturgeon («El 90 % de todo es basura»), se produciría a largo plazo y sepultados por la basura. Pues no, será en grumos. Grumos de hecatombes amalgamadas. Y quién disuelve esos grumos.
Se han escrito y se escriben incontables libros sobre tales grumos (son un género literario, con variantes postapocalípticas), y millares de ensayos y reportajes, pero sólo en España el presidente Sánchez aglutina por sí sólo el grueso del grumo fatal, siendo los restantes componentes (climático, medioambiental, energético, económico, etc.) elementos secundarios. Nuestros alborotadores apocalípticos son muy localistas, sólo ven el grumo que tienen delante de las narices. Y hay más. El mundo no acaba en Madrid. El apocalipsis es muy grumoso.