Mientras hay gente a la que apenas le llega para comer, el último año se invirtieron en España 3.500 millones de euros en cirugía estética. No sé a ustedes, pero a mí me parece una barbaridad.
La cirugía reparativa se desarrolló tras la Primera Guerra Mundial después de las horribles desfiguraciones ocurridas por los bombardeos y metrallas y se extendió en seguida a las malformaciones congénitas. De eso, a la banalidad con que se practica hoy, hay un abismo.
No es, contra lo que podría parecer en un principio, cuestión de género, pues hay un 28,3 por ciento de varones que se la hacen, según las estadísticas. Pero lo más brutal y significativo de todo es que el 40 por ciento de los españoles se ha hecho una o varias operaciones de este tipo y que una gran parte de esas personas se dan cada año un repaso en las clínicas de este tipo.
No es un tema menor este tipo de comportamientos, sobre todo en los tratamientos faciales, en que con las inyecciones de ácido hialurónico, todos los tratados con esta técnica acaben pareciéndose unos a otros, con difuminación de su personalidad.
Las previsiones de este mercado van al alza, al contrario que otros sectores afectados por la crisis. Según ellas, en los próximos años crecerán un 20 por ciento los clientes de esta cirugía y seguirá la tendencia de que éstos sean cada vez más jóvenes, influidos por las redes sociales y por unos estereotipos de belleza ajenos a su realidad personal.
Por eso, este tema no es para tomárselo a broma. Mientras, por una parte, no nos llega el dinero para consumos básicos e imprescindibles, por otra nos privamos de ellos por tener una apariencia dictada por la moda. Así de clara tenemos la prioridad de nuestros valores y nuestros intereses.