Como ustedes ya saben mis esperadas columnas sólo salen los lunes. Yo por costumbre las escribo el viernes anterior con que tras el finde la nueva semana es alumbrada con mis textos. El caso es que por las fiestas del patrón de Palma, el amigo Sebastián, el periódico nos avisó a los que publicábamos en la horquilla del sábado al lunes que adelantáramos nuestros artículos al miércoles a las 13,00 horas. Pues ya me ven a mí (no, no pueden pero yo se lo cuento) escribiendo la columna del lunes un miércoles a las dos del mediodía porque mi cabeza no recordó el límite. Y hace un rato estaba tranquilamente en un gimnasio realizando ejercicios abdominales, de esos que te hacen lucir una tripita linda, cuando se me iluminó la bombilla: ostras, la columna. Me levanté del suelo y sin duchar salí a escape del gimnasio. Ya en casa seguí sin ducharme, me planté frente al ordenador y ahí surgió otra duda: de qué hablar.
Porque las prisas no son buenas consejeras y, entonces, me estrujé el cerebro y medité hablarles de Shakira y la bruja que ha colgado en el balcón, o del muro que ha levantado para no verse con sus suegros. O de Piqué y su Casio. O de su llegada a la Kings League a bordo de un Twingo. Pero todo eso son mamarrachadas propias de un cateto como yo que siempre sonríe a su interlocutor y le habla de usted, que trata de comportarse aunque, cuando ya no tenga nadie en su presencia, clave agujas a un muñeco. Y también me dio por pensar que tal vez sea una suerte que llegue tarde al envío de mi artículo y por tonto no me lo publiquen, que ustedes me lo agradecerán de corazón y me mostrarán su afecto cuando me vean por la calle. Y no hay nada más gratificante que sentir la alegría de la gente.