Tiquismiquis es una palabra que define a alguien muy escrupuloso con la comida. Eso es frecuente en los niños, pero a veces nos encontramos con mayores que no han crecido en ese sentido y tienen manías con el color de la comida, con la manera de cocinarla, con el origen o el animal de la que procede o incluso con la marca de los ingredientes envasados. Ahora mismo existen fijaciones con los cultivos ecológicos, con las granjas, las piscifactorías, los congelados, etc. Muchas son completamente respetables, otras son como rizar el rizo. Existen personas que no comen conejo por pura aprensión psicológica. Una vez alguien estaba disfrutando muchísimo con unas tajadas de conejo relleno y dijo: «¡Qué pollo tan bueno!» Cuando supo que no era pollo dejó de comer. Otra vez alguien, convencido de que era pollo, repitió de conejo como si tal cosa. Los vegetarianos tienen a menudo razón en el trato que les damos a los animales domésticos. La necesidad de alimentarnos es a menudo cruel: no podemos comer tierra. Cuando los cerdos se mataban en casa para alimento de la familia mi madre me dijo: «Dios puso a los animalitos en el mundo para que pudiéramos servirnos de ellos». Don Fernando Rubió decía que las sobrasadas que servía a sus invitados eran «de los cerdos de la familia».
Lo más problemático debe de ser inculcar a los niños los hábitos de alimentación más convenientes. La nutrición adecuada en la infancia es esencial para el desarrollo de las personas. A menudo la hora de la comida es una batalla perdida con algunos niños difíciles. En ese sentido se aconseja comprobar que el niño no padezca algún malestar físico, no darle raciones excesivas, respetar los horarios de las comidas, etc. Tampoco ha de resultar alarmante que un niño deje de consumir alguna de las comidas, es mejor eso que prepararle menús alternativos, con lo que estaríamos criando a un futuro adulto quisquilloso. Ya recuperará el apetito. Es lo que dicen los entendidos. También dicen que hay que evitar que coman ante el televisor, o asustarles con que viene el coco, porque comer no debe ser un castigo, sino un placer.