Aunque desfasado, conviene insistir en las imágenes que llegaban de Brasil y en la trastienda del asalto. Hay algo abominable detrás de una turbamulta de gente pagada, extremistas, frikis, marginados… Que muchos mercenarios ideológicos fueran armados de palos recuerda vagamente aquella escena simiesca de 2001 de Kubrick, un año después de la vergüenza del Capitolio. Incluso con señales de rebelión, la democracia permitió que extremistas de un perdedor acamparan frente a cuarteles para inducir a los ejércitos al golpe de Estado.
La pregunta es si es suficiente detener y juzgar a quienes arremetieron simbólica y materialmente contra los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, y si hay que movilizarse en la calle y las urnas contra incitadores activos o pasivos, contra el ejército de intoxicación que alienta estos movimientos ultras que la derecha blanquea.
La amenaza global a la democracia parte de dos expresidentes que consideran ilegítimos a los presidentes que les derrotaron en unas elecciones que presuponen adulteradas. Y como el temor es que no hay dos (asaltos calcados) sin tres, conviene tener presente que este país está en año electoral y quizá recordar aquél principio de un tal Murphy: si algo puede salir mal, saldrá mal. Los partidos que han pasado rozando la condena del asalto y de paso critican al Gobierno son los mismos que apoyaron a Bolsonaro, no han felicitado a Lula, mantienen que Pedro Sánchez es un presidente ilegítimo y que tiene proyectos aviesos y concesiones indecentes si ganara otra vez. Uh, yu yui…