ETA todavía mataba, y estaba lejos de dejar de hacerlo, la primera vez que oí aludir a los casos de mujeres asesinadas como terrorismo. Un terrorismo muy selectivo para el que luego llegó (de México, si mal no recuerdo) una expresión más precisa: feminicidio, pues las víctimas eran mujeres sólo por el hecho de serlo. Supe de todo eso a través de mujeres, claro; de mujeres lúcidas y comprometidas en la igualdad y el feminismo y que reclamaban acciones precisas y contundentes. Era fácil distinguir de qué estaban hablando pues el modo de actuar siempre era el mismo: hombre que mata y mujer a la que se mata, humilla o maltrata en virtud de algo aprehendido durante siglos de convivencia con un virus llamado patriarcado.
Algunas de aquellas mujeres que tenían claro lo que pasaba, ocuparon cargos cuando la izquierda llegó al Gobierno; otras no, y continuaron con su compromiso y activismo por otros medios. Mi admiración es idéntica para todas y hay que seguir escuchándolas, incluso cuando el ruido es ensordecedor y otros asuntos hacen perder la perspectiva. Este martes, en un año recién iniciado y ya con cinco muertes violentas de mujeres (dos confirmadas como asesinatos machistas) me sentí apelado, revuelto y no sé si confuso por lo que dijeron dos mujeres en una concentración contra esos asesinatos.
Noté reflejado en los ojos, los gestos y las voces de la concejala de Calvià Nati Francés y de la directora del Institut Balear de la Dona, Maria Duran, rabia e impotencia. Y me quedé con su petición, dirigida a los hombres como colectivo: sumaos a la lucha, no nos dejéis solas, que esto no es causa única de feministas. Y les (nos) pidieron un basta ya o un no en mi nombre. Y eso haré hoy, y así titularé este artículo: No en mi nombre. No puedo ponerme en el lugar de una mujer pero sí avergonzarme, renegar de él y combatir y señalar al patriarcado.