Es curioso cómo cambia la percepción de uno cuando se enfrenta con su propia mirada a las cosas de las que, hasta entonces, solo tenía noticia por la prensa, las redes sociales o los comentarios que se escuchan aquí y allá. Estos días pasados he tenido oportunidad de trabar amistad con una pareja de Venezuela a la que, como periodista curiosa que soy, pregunté por la situación en el país. Me asombró oír la respuesta: «Caracas ahora mismo ya es como Miami y con los mismos precios de Miami».
Oswaldo y Leida me contaron que las cosas han mejorado mucho, que se superó la crisis de abastecimiento pasada y que hoy todo marcha sobre ruedas, «aunque aquella es una economía burbuja», dijeron. En la mente de casi todos nosotros –especialmente de quienes nunca hemos pisado ese país–, Caracas es una ciudad sin ley, llena de desharrapados, conflictos y delincuencia y el resto del país se desangra en una crisis económica sin fin. Tanto, que sus ciudadanos emigran en masa. Pues parece que no, que la imagen que nos transmiten los telediarios es bien diferente de la realidad que viven sus propios ciudadanos. Un clásico: cuando hay problemas, nos los cuentan los noticieros, cuando estos se solucionan, no nos lo dicen. Por eso se queda en nuestra retina la imagen distorsionada, obsoleta, de una realidad que ya no es tal.
Otro tanto he descubierto en Turquía, un país que desconocía y que en mi mente era pobre y atrasado, desde donde a menudo nos llegan noticias relacionadas con la violencia. Buena sorpresa me he llevado al comprobar que allí el progreso y el desarrollo corren a muchísima más velocidad que entre nosotros, y que su población es vital, activa y cargada de posibilidades. Nada que veamos en España.