Los lugares más pavorosos del mundo, o tienen azulejos sucios con manchurrones inquietantes o tienen papel pintado. Papeles de tonos ocres verdosos, con motivos geométricos o florales. Siempre dan un mal rollo espantoso. Recuerden el turbio empapelado del hotel Earle en Barton Fink, la peli de los Coen que nadie entendió. Por prestar más atención a la confusa trama que al papel pintado, que es el cogollo del relato. Cuando hace casi treinta años mis hijos y yo jugábamos a diario durante horas a Resident Evil (con la heroica Jill Valentine), los largos y tétricos pasillos con papel pintado deban más miedo que los monstruos y zombis. Sobre todo en los recodos. Por razones difíciles de explicar, y en esa dificultad reside su efecto angustioso, no hay pesadilla sin las paredes cubiertas de siniestro papel pintado.
Y eso que en principio se trata de un simple elemento decorativo, inofensivo a más no poder y hasta doméstico. Hogareño. Incomprensible que acojone tanto. Pero si acudimos a Freud, maestro de lo incompresible, en su ensayo Lo siniestro sobre el relato de terror El hombre de la arena, del cuentista, músico y dibujante romántico E.T.A. Hoffmamn, encontramos que avisa de la posibilidad de que lo siniestro sea lo hogareño, íntimo y familiar que ha sido reprimido, y retorna de la represión. En forma de angustiosas habitaciones con papel pintado, por ejemplo. Disparatado, pero psicoanalítico y ello pese a que el propio Freud, en el inicio del ensayo, también nos advierte que el psicoanálisis no suele ocuparse de investigaciones estéticas. Para ocuparse acto seguido, infatigable. Y aunque seguimos sin entender por qué acojonan tanto los papeles pintados, entendemos mejor las obsesiones de Freud. Cuya casa en Viena, por cierto, en Berggasse 19, estaba tapizada de papel pintado. Más o menos como el hotel Earle antes mencionado. El papel pintado como pescadilla que se muerde la cola, podríamos decir. ¿Y a qué viene esta parrafada sobre angustias domésticas y papel pintado? No lo sé. Debe haber algo muy siniestro en estos tiempos. Veo papel pintado hasta donde no lo hay, y lóbregos pasillos anticuados infestan la actualidad. Con recodos.