Escucha el silencio por poco que puedas y saborea luego los sonidos cotidianos que lo rompen. Será una sensación mucho más placentera que el ruido de los petardos del cambio de año. Elige una mañana soleada de un día medio festivo o medio laborable, de esos días en que hay gente con horario de oficina y gente que no. Siéntate en un silla al aire libre y hazle un hueco al cuaderno en la mesa. Concéntrate en el silencio del momento y deja entrar, poco a poco, esos pequeños sonidos que son como una sinfonía de la respiración. Anótalos mientras en el cuaderno, empezando por el del bolígrafo cuando roza suavemente el papel. Déjate seducir por el sonido de la cafetera que viene del interior, ese tan característico del agua en ebullición seguido de un pequeño pitido. Déjate enganchar por conversaciones lejanas de paseantes pero sin intentar entender lo que dicen.
Baja el volumen del móvil o apágalo del todo. Fíjate bien, antes de elegir mesa, que nadie tenga su teléfono cerca y, desde luego, que no hable. Cierra los ojos y mira al cielo de tanto en tanto después de anotar el silencio del momento y cómo se va rompiendo. Es posible que, al levantar la vista y antes de fijarte en las nubes, te cruces con alguna ventana de las casas próximas. En aquella, tras los cristales, los movimientos de esa pareja a la hora, también, del café serán como una coreografía ensayada. Aquel hombre asomado al balcón mirará al cielo como lo haces tú y, de tanto en tanto, tratará de imaginar las voces de la calle.
Acaso oirá el imperceptible sonido de la rama del árbol cuando el pájaro levanta el vuelo. Olvídate del motivo que te ha llevado a sentarte allí, si tienes una cita, esperas una reunión o sólo celebras el cambio de año. Quédate hasta que te llegue el sonido lejano de las campanadas que dan las horas esa mañana. Date un respiro, levántate y anda; despacio, como si viniera un año de silencio.