Leo en una encuesta que el 60 % de los españoles están estresados por la Navidad. No me extraña: tantos días de fiesta, abandonando la zona rutinaria de confort agobia a cualquiera.
Para empezar tenemos las dichosas cenas de empresa, donde nunca se sabe cómo quedar bien, si ser expansivo a costa de parecer pesado, o mostrarse tímido y reservado, a riesgo de convertirte en un plasta. Además, ahora, con la ley de sólo sí es sí, hay que tener un cuidado extraordinario, para evitar que cualquier muestra de efusión o sano compañerismo pueda interpretarse como una agresión sexual y montarse una gorda.
Luego están los obligados ágapes familiares, donde no todo el mundo cae igual de bien y hay que comportarse hipócritamente. Últimamente, para complicar la cosa aún más, está la crispación social a que nos han sometido nuestros políticos, con lo que cantidad de temas quedan proscritos de la conversación familiar para que ésta no devenga en pelea tabernaria.
Ya ven si no hay motivos de sobra para estar agobiado en estos días. Si al menos las fiestas navideñas fuesen más cortas uno podría adaptarse a ellas con más facilidad y pasar el mal trago lo antes posible.
Y eso que no hemos hablado del coste de estos eventos lúdicos, aunque haya inventos como el del amigo invisible que suavicen el desembolso de tanto fasto. Este año, con una inflación desatada, los alimentos están un 15 % más caros de lo habitual con lo que las Navidades nos cuestan un pico.
Así que a esperar que estas fiestas terminen con el menor quebranto posible, sabiendo que por desgracia, tal como vienen las previsiones, los próximos meses no van a ser mejores.