La caída de Pedro Castillo como presidente de Perú, después del más zafio golpe de Estado que pueda uno imaginar, es un episodio que demuestra que la literatura latinoamericana, con ser pródiga en imaginación, nunca alcanza a la realidad. Castillo, además de intentar aplicar las fórmulas delirantes de una izquierda que fracasa pero jamás desiste, era limitado, torpe o como le queramos llamar, lo que le convertía en blanco perfecto para cualquier crítica. Siendo buena noticia que Perú se libre de un zoquete, un análisis serio exige huir de las dinámicas maniqueas.
Fuera de la región se tiende a poner el acento en quien está en el primer plano. Pedro Castillo, efectivamente, no tiene salvación: su discurso al país anunciando la disolución del Congreso, convirtiendo su firma en ley, sacando a la calle a toda su tropa de seguidores, no hay por donde cogerlo. Es golpismo al estilo de siempre. Sin embargo, sería un error inferir que enfrente hay una derecha seria, rigurosa, democrática, presentable. No, no la hay prácticamente en ningún país de Latinoamérica y tampoco en Perú.
Latinoamérica padece por un lado a la izquierda disparatada de los Correa, Maduro, Kirchner u Ortega –siempre apoyada por el botarate de Zapatero– y, por otro, a una derecha casi siempre mafiosa, oligárquica, acaparadora del poder y profundamente discriminadora con los pobres. Observen que no menciono a Brasil, Chile o Uruguay que, por diversas razones, son casos diferentes.
Este panorama político caótico sólo es posible en países en los que la democracia es absolutamente clientelar –como si nuestra entrañable Emaya lo controlara todo–, resultado de que la población sufre una escandalosa carencia de formación. A partir de ahí, todo es posible, porque la tentación manipuladora se impone sin restricciones, sin vergüenza. En muchos casos, ni siquiera las élites llegan a los mínimos, lo que convierte aquello en una bomba. Hugo Chávez, que era tan ignorante como listo, supo mover los resortes del poder y construir un discurso sutil capaz de hacerse con la población marginal; su discípulo, Maduro, no se le compara pero suple sus carencias con represión.
En general, en toda la región se discute sobre cosas tan absurdas como el reparto de una riqueza inexistente, cuando en realidad el punto de partida debería ser una enseñanza gratuita que permita tener un pueblo informado y documentado. A partir de ahí deberían pensar en que la ley fuera igual para todos, que el mercado fuera libre y abierto para que los oligarcas no se repartan los grandes negocios; ofrecer una sanidad abierta y asequible y un sistema de pensiones fiable.
Es verdad que los peruanos cuando eligieron a Pedro Castillo votaron con los pies. Yo vi uno de los debates entre Castillo y Fujimori y, la verdad, dando vergüenza los dos, lo de Castillo era insultante porque su incapacidad para ocupar el cargo era ostentosa. No entendía nada, salvo la necesidad de hacerse con un patrimonio a toda velocidad, que nunca se sabe dónde va a acabar uno. Pero si Perú hubiera optado por Keiko Fujimori, tampoco habría sido ejemplar porque Fujimori representa también el sectarismo, aunque sea el opuesto. El Congreso de los Diputados peruano, de mayoría conservadora, está poblado por políticos que, en general, son de más que dudosa trayectoria, que cambian de ideología de acuerdo con sus intereses económicos, y que no tienen muchas más luces que Pedro Castillo. Baste ver el viaje de Dina Boluarte, actual presidenta, ayer ultra izquierdista, hoy aliada de los de siempre. Por otro lado, la maquinaria del Estado no tiene nada ni de profesional ni de competente, independientemente de los políticos.
De este panorama horroroso debemos excluir a Chile y Uruguay donde la voluntad de avanzar no es dudosa; en Brasil hay un pragmatismo mayor aunque con una estructura social tremendamente clasista, mientras que en Argentina, en cambio, con un pueblo fantástico, el cáncer se llama populismo o peronismo, de ideología variable, y también una derecha excluyente bastante rancia.
En esa Latinoamérica, el mundo se ve a través de unos medios de comunicación que responden casi perfectamente a descripción de alienadores descrita por Marx. Hoy mismo, los medios peruanos son pura manipulación apasionada en la cobertura de la crisis.
El papel de nuestra izquierda europea en esos países, apoyando gobernantes impresentables, corruptos, machistas, homófobos y golpistas, evidencia su patético sectarismo. Los principios éticos también se les han de exigir a los cercanos. Monedero, Echenique: ¿Qué se puede esperar de quien defiende a Castillo o a Morales?