El viaje de Zelenski a EEUU es un signo más de la inteligencia de un líder, que se ha convertido en líder merced a una racional combinación de inteligencia y sentido común. El presidente Biden es probable que sea más analógico que Zelenski, pero está claro que no es lo mismo un telegrama que una larga carta, y están a la misma distancia que una reunión online y una reunión presencial. El viaje por tierra, mar y aire, ha debido ser fatigoso, pero Biden ha tenido la oportunidad de escuchar «las verdades del barquero», que pueden ser parecidas a las que le han facilitados sus generales, pero que están explicadas por quien vive con cercanía el enorme sacrificio de un pueblo, que se ha convertido en carne de misil para defender Europa.
Hay muchas versiones sobre las verdades del barquero, aunque la más extendida es la de ese dueño de la barca que cruzaba el Tajo y que, un día, concedió que un estudiante sin dinero subiera sin pagarle a cambio de que le dijera tres verdades incontestables. Y se las dijo.
Zelenski le ha dicho tres verdades incontestables: a) que cuando Putin invadió Crimea, tanto la UE como EEUU se limitaron a enarcar las cejas con una preocupación tan intensa que no hubo ninguna reacción; b) que los hombres, las mujeres y los niños están muriendo en Ucrania en defensa de su país, pero también que esos cadáveres forman un colchón que le impide a los países de la UE recibir los golpes y dar trabajo a los tanatorios; y c) que si Ucrania fuera conquistada por Putin, ya podía la OTAN poner la alerta roja, porque si China da luz verde Putin seguiría «ensanchando la seguridad de sus fronteras», que es la explicación que ya dio Isabel la Católica para hacerse con Ceuta y Melilla.
La III Guerra Mundial está sobre el tapete, con la diferencia de que, por ahora, los muertos los pone Ucrania. Pero esto no va de una escaramuza localizada, sino de un enfrentamiento entre dos maneras diferentes de organizar la sociedad: la comunista de China, a la que espera volver Putin, y la de Occidente.