Quienes dicen que reivindicar la memoria democrática es abrir viejas heridas y remover un pasado que ya ha quedado atrás, deberían escuchar las palabras que el actor, director y dramaturgo Juan Diego Botto dijo la semana pasada al recibir el premio Lola González que otorga la Asociación Arte y Memoria, un premio dedicado a personas e instituciones que han dedicado su vida a la defensa de la memoria y la justicia. Nos dijo Botto que la memoria no es algo del pasado, sino que es nuestra identidad, lo que somos, y que por ello es nuestro presente y nuestro futuro. Para ello utilizó el símil de la memoria individual, aplicable también a la colectiva: guardamos recuerdos de nuestra infancia, el abrazo de nuestra madre, los primeros días de colegio, los primeros amigos, el primer amor, el primer beso, la primera borrachera con los amigos, el nacimiento de nuestro primer hijo… Si, de repente, nos borraran de la mente todos esos recuerdos dejaríamos de ser nosotros, ya no seríamos quienes somos. De la misma forma, si a nosotros como colectivo nos quitan hitos y hechos de nuestra historia, dejaríamos de ser este país, esta sociedad, lo que nos identifica como colectivo. Por eso hablar de memoria democrática, reivindicarla, no es hablar del pasado, sino de nuestro presente y, sobre todo, de nuestro futuro.
En un mundo como el de hoy en el que el insulto ha ahogado a la palabra y en el que la mentira sepulta a diario la verdad, es más necesario que nunca reivindicar la memoria, conocer lo que ocurrió, lo que nos ha hecho como somos. Si en países que pudieron juzgar a los verdugos, reparar a las víctimas y permitir que se conociera la verdad, vemos hoy resurgir el odio y la barbarie y partidos fascistas ganando elecciones, qué no podría ocurrir en el nuestro en el que el desconocimiento de lo ocurrido, la deliberada ocultación de lo que pasó, la sistemática tergiversación de la verdad y el manto de silencio con el que han pretendido ocultar lo sucedido. Vivimos momentos muy peligrosos, momentos en los que el miedo, la ignorancia y el egoísmo generalizados son el caldo de cultivo ideal para que se vuelva a incubar el huevo de la serpiente. Por eso reivindicar la memoria es defender no solo lo que somos, sino nuestra propia democracia. Por eso personas como Juan Diego Botto, que nunca ha callado en un país que premia a los que callan y castiga a los que hablan, en un país que cada vez tiene menos referentes, son imprescindibles.