El pasado día 9 de noviembre, cuando a pocos minutos del final del partido, el portero del Real Mallorca, Rajkovic, hizo una parada inverosímil ante el remate de Morata, el delantero del Atletico de Madrid, que evitó el gol del empate, se produjo una escena que llamó mi atención. El delantero centro del Mallorca, Muriqi, que había marcado el gol que supuso la victoria, se acercó al portero y le dio un efusivo beso en la frente.
¿Qué tiene de particular?, me dirán. Nada, salvo que era un kosovar besando a un serbio, algo que fuera del mundo del deporte sería difícil de ver. Es más, el Mallorca cuenta con dos serbios y un kosovar y lo que me gustó es que, más allá de las distancias insalvables en el terreno político, los opuestos por una terrible guerra, parecen entenderse muy bien en el equipo.
Recuerden que aviones de la OTAN bombardearon Yugoslavia (Serbia y Montenegro) en 1999 para evitar una guerra de limpieza étnica entrela población albanesa y la serbia de Kosovo. ¿El origen de todo? La posible independencia de Kosovo, hasta aquel momento, una provincia de Yugoslavia, ni siquiera un estado federado como habían sido, Eslovenia, Croacia o Macedonia.
El propio jugador Muriqi dijo en una entrevista reciente que lo que el había visto en Kosovo «no tiene que verlo nunca el ojo humano». La brutalidad de una guerra en los Balcanes, iniciada con la desintegración de Yugoslavia que dejó desolación, destrucción, humillación y luto por muchos años. Pensemos por ejemplo en lo que ocurrió en Srebrenica. Pero también en Kosovo.
Cuando en el año 2008 el territorio de Kosovo estaba bajo administración directa de Naciones Unidas, las autoridades de Kosovo (sin competencias reales) proclamaron la independencia en contra del derecho internacional, de la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU y de los acuerdos de Rambouillet que establecieron la administración provisional.
Esa declaración fue reconocida por 97 Estados de los 193 existentes, (no por España). Es cierto que el Tribunal Internacional de la Haya opinó que esa declaración no infringía nada, pero no estuvo bien fundada.
No es posible aceptar la limpieza étnica ni que en un territorio no puedan convivir gentes de distinto origen étnico. La solución no puede ser unilateral, sino negociada de buena fe. Ojalá a otros niveles surja una colaboración como la de Rajkovic y Muriqi. Si cunde el ejemplo puede que Kosovo deje de ser un país fantasma.