Doña Araceli Poblador Pacheco era muy forofa de Pedro I, El Mentiroso, y su fervor le llevó a abandonar la enseñanza y ejercer de subdelegada del Gobierno, en Alicante. Ha prohibido una manifestación, recordando el fusilamiento, en Alicante, de José Antonio Primo de Rivera, con un argumento estremecedor, y es que en la manifestación podría haber desórdenes públicos.
En cualquier manifestación puede haber desórdenes públicos. Con la doctrina de doña Araceli, se acaba el permiso de manifestación. A no ser que la razón sea que el fusilamiento de José Antonio estuvo a cargo de la República, porque la ley de la Memoria no ha explicado, suficientemente, que los republicanos, cuando fusilaban, lo hacían por nuestro bien, y no como los franquistas, que fusilaban porque eran unos malvados. Nunca me hubiera imaginado que el maniqueísmo llegara a España en el siglo XXI, y que aquello de lo que huyeron todos los cerebros que han hecho avanzar a la Humanidad se instalara a través de una clase política, que ha convertido el sectarismo en un objetivo irrenunciable.
Sólo a través de tal premisa es posible comprender esa sastrería legislativa, según la cual al asesinado se le proporcione o no reconocimientos, y su asesino sea considerado un felón o un héroe, y al ladrón de nuestro dinero, con cargo público, pueda ser considerado un delincuente, si es de derechas, o un idealista social, si emplea el dinero en separarse del opresor Estado español.
Cuando yo niño y llegaba tarde al cine, preguntaba al que se sentaba al lado quiénes eran los buenos y quiénes los malos para saber a quién tenía que aplaudir cuando aparecieran los caballos. La edad, el tiempo, los viajes y las lecturas, me llevaron a entender que la vida no es blanca, ni negra, sino que tiene grises, aunque unos veamos los grises más claros o más oscuros según nuestras creencias y veteranía.