Corría el año 2015. Mi mujer y yo andábamos buscando casa. Una de las muchas que visitamos se encontraba en Son Ferriol. Era de un matrimonio ruso que tenía que regresar a su país. Recuerdo aquella visita porque en un momento de la conversación con los propietarios, la mujer nos dijo que ellos nunca cerraban las ventanas. «En Mallorca», afirmó sonriente, «siempre primavera». Desde entonces, cada vez que mi mujer se queja del frío, yo le respondo con mi mejor acento ruso: «En Mallorca, siempre primavera». Siete años con la misma broma, se dice pronto.
Ahora, esa casa costará el doble de lo que valía entonces y es posible que aquel hombre de negocios se encuentre entre los miles de rusos que han abandonado su país desde el inicio del conflicto. Aunque parezca que no se mueve, el mundo es un Bugatti. No nos daremos cuenta y esa eterna primavera se habrá convertido en un verano sin fin, al menos, para aquel par de rusos. Mallorca será una especie de Qatar sin reservas de gas y yo seguiré con la misma broma. Hasta que sea imposible quejarse del frío.