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El elefante en la sala

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La evolución de la renta real per capita de las Baleares [...] en el periodo 2000-2020 ha sido la más regresiva [de España], ya que a lo largo de la primera década del siglo XXI ha pasado de la segunda posición relativa el año 2000 a la séptima posición el año 2010, con una pérdida de 24,6 puntos [sobre cien]. Esta pérdida significativa de renta per capita incluso se ha agravado en la etapa de recuperación de la ‘Gran Recesión' [en referencia a la crisis financiera del 2008] y por el COVID 19, a lo largo de la segunda década de este siglo, en que ha pasado de la séptima posición relativa el año 2010 a la décima el año 2020, con una pérdida adicional de 15 puntos».

Este texto aparece en la página 30 de la última Memoria del Consejo Económico y Social de Baleares. Traducido a un lenguaje sencillo, significa que Baleares, en los primeros veinte años de este siglo, ha pasado de ser la segunda región de España en renta por habitante a ser la décima. La mayor caída de todo el país. Si la renta media española es 100, Baleares empezó el siglo con 130, cayó a 90 en 2020, y ahora, finalmente, se recupera hasta el nivel 99, casi en la media del país. Porque el informe también añade que estamos teniendo una buena recuperación post-pandemia, atribuible al turismo.

Entendiendo que las decisiones políticas nunca dan resultados económicos instantáneos, cualquier analista admitirá que estas cifras deberían atribuirse a las políticas que se han hecho –o no– en Baleares entre 1995 y 2015, grosso modo. Es decir que la responsabilidad de este declive cae de lleno en el ámbito de nuestro gobierno autonómico. Vean que en este periodo hemos pasado de un presupuesto autonómico de 147 mil millones de pesetas a más de siete mil millones de euros (un incremento del 786 por ciento). Y hemos llegado a los 47.000 empleados públicos. Por lo visto, ni tanto dinero ni tanta plantilla bastan para siquiera dulcificar el declive.

Todo esto hasta nos permite decir algo provocador: alguna responsabilidad debería tener la izquierda en este desastre, dado que ha estado gobernando dieciséis de los últimos veinticuatro años. Y también hasta podría tener alguna culpa el nacionalismo de izquierdas, que para algo ha venido apoyando e incluso formando parte en los gobiernos que hemos disfrutado. Son bisoños, pero desde 1999 a hoy ya deben de haber aprendido los rudimentos del poder. Si no, ¿para qué existen? No hablemos de la derecha: si uno mira los gráficos del declive, no logra identificar en qué época ha gobernado uno u otro, porque el hundimiento es constante.

¿Ahora que Jaume Font se ha retirado, nuestros políticos nos van a seguir contando que la culpa es de lo mal que nos trata Madrid? Si va a resultar que Madrid nos trataba mejor hace cuarenta años. Y eso sí que no puede ser.

No deja de ser tremendamente llamativo que este empobrecimiento no sea objeto de debate público. O tal vez sea esclarecedor. El informe del presidente del Consejo Económico y Social, tanto al presentar la memoria como en su análisis detallado, ignora este empobrecimiento, relegado a la página 30.

Días después presenta la Memoria a la Presidenta del Govern, que agradece el trabajo hecho, pero no hace mención alguna a estas cifras.

Debería llegar un día en que alguien se pregunte si los consecutivos planes de reindustrialización de Baleares, que el Parlament debate periódicamente y que dan lugar a discursos contundentes, sirven para algo. Sistemáticamente, los datos apuntan a una caída de la industria hasta su casi desaparición. Debería llegar un día en el que nos preguntáramos si la desaparición del sector agrícola era el resultado que buscábamos con años y años de perorata pagesa. Deberían contarnos si lo que hemos visto este verano ya se puede considerar resultado de los ocho años de la dirección general para el cambio de modelo o de los cuatro con un conseller ad hoc.

Ya lo ven: nadie ha dicho ni una palabra. Ni las patronales, ni los sindicatos, ni los medios de comunicación, ni los colectivos que se reúnen cada tanto para hablar de economía. Silencio, salvo en el caso de un gran periodista de Menorca, que lo ha publicado en la prensa de la isla. Es un tema que, como muchos otros absolutamente trascendentales, no será debatido en la próxima campaña electoral. Como no lo fue en las anteriores. Mejor no estropeemos el decorado en el que se mueve nuestra mediocridad.

Para mí es apasionante constatar cómo construimos escenarios en los que únicamente cabe un enfoque de la realidad, ignorando al elefante en el centro de la sala. Da igual su tamaño. No conviene y por ello todo el mundo mira hacia otro lado.

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