Elon Musk está de moda. Mucha gente lo adora, lo que resulta incomprensible porque casi todo en él es un bluf. Su único logro real fue inventar PayPal, un sistema de pago por internet. A partir de ahí, aire: un coche eléctrico como otro cualquiera pero que cuesta el doble y para cuya marca se apropió del nombre de un famoso científico (Tesla); una batería eléctrica para el hogar con diseño moderniqui que también cuesta el doble (Powerball), de la que aseguraba hace una década que en un par de años estaría en todos los hogares; una empresa de lanzamiento de cohetes (SpaceX) que gusta de presentar como gesta asombrosa, aunque lanzar satélites a la órbita es algo que ya hicieron los soviéticos setenta años antes, y por último, tachán, un lanzallamas (The Boring Company). También intentó colar un tren-metro subterráneo (Hyperloop) que circularía en tubos casi al vacío y que nadie le compró.
Todos sus negocios están en números rojos; tan solo Starlink, lo de los cohetes, le da beneficios, pero porque fue contratado por el gobierno de los EEUU, es decir, dinero público, el mismo dinero que alardea denostar. El imperio Musk no deja de ser un sistema ponzi piramidal: hace pasar sus calculadas excentricidades por rasgos de genialidad y consigue así compradores, no demasiados, y sobre todo inversores que le permiten continuar con el bluf. Incluso parte del dinero para comprar Twitter se lo prestaron un jeque árabe y otros inversores.
El fanfarrón Musk es ultracapitalista en lo ideológico y, en consecuencia, despótico, de despido fácil y explotador de trabajadores a base de jornadas interminables. Es uno de los ejemplos más acabados de los gurús tecno-empresariales tan en boga (Jobs, Gates, Bezos, Page, Andreessen, Zuckerberg y todos esos hijos de Silicon Valley), a quienes nadie ha votado como líderes pero que ostentan un enorme poder e influencia sobre la política, la economía y la opinión pública. Se consideran a sí mismos los llamados y capacitados para guiar a la sociedad global en lo que consideran la gran utopía tecnológica de la humanidad del siglo XXI, y que a la larga sustituiría a la política. En algo merece nuestro apoyo: a ver si es verdad que se va a Marte.