Llevamos unos fines de semana de particular violencia, con víctimas por acuchillamiento entre otras cosas. Es difícil prever cuándo y dónde van a ocurrir esos hechos porque nadie tiene un bola de cristal y porque hay más gente dispuesta a hacer el mal que autoridades para impedirlo.
Las estadísticas existentes y los precedentes de otros hechos criminales sirven de bien poco para establecer medidas de prevención y, además, cuando se intenta establecer unos patrones, equivocadamente o no, uno corre el riesgo de meter la pata y de ser sancionado por ello, como acaba de sucederle a un comisario de policía en Valencia.
Por eso, lo normal es sólo la reacción ante los hechos consumados y buscar a los criminales después del delito en vez de la fantasía de películas de ciencia ficción, como Minority Report, en que un sistema predictivo permitía anticiparse a la comisión de un delito, aun a tenor de equivocarse.
Incluso contando con estas limitaciones, se pueden establecer ciertas pautas a la hora de conceder licencias a los locales nocturnos y al seguimiento más estrecho de lo que sucede en ellos.
Un ejemplo lo acabamos de ver en Italia, donde se han prohibido las fiestas rave, es decir, aquellas concentraciones multitudinarias, normalmente en un descampado o lugares desocupados, donde corren el alcohol y las drogas en un ambiente musical, sí, pero propicio a la violencia.
Lamentablemente vamos a tener que tomar este tipo de medidas u otras similares, cuando la libertad de diversión colisiona con la salud pública y derechos obviamente superiores, como el de la vida de las personas.