Puente de Halloween! Así llamó mi hijo al día de hoy y al de mañana. ¡No tenemos clase porque es el puente de Halloween! Se lo dijeron en el colegio y, claro, lo que dicen en el colegio, va a misa. Yo intenté explicarle que el puente como tal era el puente de los Santos que condensaba dos tradiciones religiosas, la solemnidad de Todos los Santos y la memoria de los Fieles Difuntos. Es una fiesta de nuestro calendario cristiano. Aquí también la llamamos la Nit de les Ànimes. Todas estas consideraciones quizás, pensé, necesitaban una explicación. Quizás es lo que nos falta. Para empezar, le puse el ejemplo de los otros santos que no están en el calendario. Los santos menos populares. Los santos olvidados. Los santos anónimos. Los santos que no están santificados, es decir canonizados. Después le puse el ejemplo de los fallecidos, de sus antepasados, de los antepasados de sus antepasados que no conocimos y olvidamos sus nombres.
Pero Halloween, sí que recuerda a los difuntos. Y lo hace de forma jocosa y burlesca. Juega con el miedo, la sorpresa y lo macabro. Mezcla la pasión con el drama. Es la justificación de lo irracional, la visión romántica de la vida terrena después de la muerte. Halloween venera a los otros santos, feos y macabros. Por eso combina santería y brujería para recordarnos que hay vida antes de la muerte pero también después. El sentido trágico de la realidad grotesca, que decía Valle-Inclán. El espejo de una sociedad desenfocada y descarnada.
Cuando creía que había convencido a mi hijo, empecé a pensar que tal vez Halloween no daba tanto miedo. Que podía ser una buena oportunidad para hablar de la muerte y, por tanto, de la vida. Tal vez, Halloween sea una nueva fiesta del nuevo calendario religioso. A fin de cuentas, burlar a la muerte es consagrase a la vida. ¡Viva San Halloween!