El discurso de mi pensador de cabecera, Manuel Cruz, sobre el «eclipse de la razón en el mundo actual» (El Gran Apagón, en Galaxia Gutenberg), me ayuda a cancelar sin males mayores el estupor que me produjo una temeraria descarga verbal del CEO de Tesla y futuro dueño de Twitter, Elon Musk.
El que aparece como el hombre más rico del mundo dijo hace unos días que la cuenta de resultados está por encima de los principios éticos. Y por ahí acabó elogiando el régimen de China y la figura de Putin. No siempre los derrapes caen del lado de los malos. Ahí está la vomitona antisemita del rapero Kanye West, que ha hecho perder millones de dólares a una famosísima marca de ropa deportiva. Aunque uno tampoco se atrevería a asegurar si la ruptura de Adidas con el rapero estuvo inspirada en la prevalencia de los principios éticos o en el agujero que el rapero ha causado a los beneficios de la compañía. Se entienden las premoniciones del filósofo barcelonés sobre una cierta infantilización de la sociedad (Cruz habla de un retorno a la «minoría de edad de la de edad de la Humanidad), porque estos derrapes de la actualidad diaria nunca vienen solos.
Veamos: En reseñas de cercanías topamos con maldita la gracia de una humorada del exvicepresidente del Gobierno, Iglesias Turrión, por cuenta de la dignísima Policía Municipal de Madrid. Dijo que dos o tres amazonas de Podemos se bastarían para cortar las cabelleras de unos cuantos agentes y quemarlas luego en un aquelarre compartido con Pablo Echenique y Arnaldo Otegi.
Todo esto se va asentando sobre el poso que con anterioridad han venido dejando en nuestra memoria, por ejemplo, los independentistas catalanes cuando distinguen entre ley y democracia. Como si fueran categorías distintas e incluso contrapuestas.
O, sin ir más lejos, las-los transactivistas de la «autodeterminación de género» en la etapa inmadura de la persona, que es debate vivo donde los haya.