Seguro que es una maldad pero cuentan que Pedro Sánchez, cuando se afeitaba y se encontraba frente al espejo, se decía a sí mismo «seré presidente». Han pasado los años y ahora tanto el jefe del Ejecutivo como muchos de sus ministros se preguntan que es lo que está ocurriendo para que el «Gobierno de la gente» no remonte en las encuestas.
Aceptan y saben que gobernar desgasta pero no acaban de encontrar el motivo profundo del desapego. «Resulta –afirma un dirigente socialista– que la opinión pública da por buenas las medidas que estamos adoptando. Valoran el apoyo a los más vulnerables, la subida de pensiones y luego nos encontramos con unas encuestas que nos causan perplejidad».
Es un hecho, aunque a los socialistas les cueste admitirlo, que la mochila más pesada con la que Sánchez carga son sus compañías. Que se lo pregunten a algunos de sus barones a los que se les pone los pelos como escarpias cuando se dan cuenta de que Bildu o ERC son los que mandan. Que se den un paseo por las calles y escuchen la opinión de miles de ciudadanos que no entienden la postura complaciente y comprensiva del presidente con sus socios y no se corta un pelo a la hora de afirmar que es el PP el que está fuera de la Constitución.
Pero no lo harán. Están demasiado imbuidos de soberbia, de manera que quien no coincide con ellos en materia fiscal es que están con los poderosos. Aquellas mujeres que no comparten las tesis de Irene Montero son bobas, sometidas, y qué decir si se ponen pegas a la ley trans porque la mera discrepancia ya es un ataque a los derechos humanos. Y así podríamos hacer un largo recorrido por la forma en que Sánchez ha decidido gobernar.
Sin embargo, él no es el único responsable. Lo son todos aquellos que pudiendo hablar prefieren callar. Las encuestas no auguran nada bueno para el socialismo español y es obvio que un partido socialista fuerte y reconocible es imprescindible para la democracia española y ese debería ser un objetivo prioritario para los propios socialistas.