Los preparacionistas son gente que se prepara para lo peor. Les mueve, como es natural, el miedo, pero no se sabe qué les da más, si una posible catástrofe o ellos a sí mismos aterrorizados por esa posibilidad, que dan como segura e inminente. Los preparacionistas creen que metiéndose en un agujero con un montón de latas de conserva sobrevivirán a cualquier hecatombe.
Motivos no faltan hoy para el miedo, pero en tanto que éste inmoviliza a la mayoría, a los preparacionistas les activa. Es cierto que ante una calamidad del tipo del Armagedón ese con el que andan jugando venáticamente las potencias nucleares, daría igual estar preparado o no, pero también lo es que montar un escondrijo bien organizado y abastecido es una manera como cualquier otra de matar el tiempo. Ahora bien, se trata de una manera bastante más cara que, por ejemplo, la dedicación a la canaricultura o a los bailes regionales, por lo que el preparacionismo es, más bien, una cosa de ricos, de ricos un poco grillados concretamente.
Existe todo un movimiento y una organización para los tipos que andan preparándose, donde se hablan entre ellos y se instruyen en los arcanos de la supervivencia cuando todo alrededor, el agua potable, la electricidad, los alimentos, todo, se va a hacer puñetas. Así, un buen preparacionista sabe qué cosas meter en su Arca de Noé para un confortable pasar hasta que llegue un pájaro con una rama de olivo en el pico.
Todo da mucho miedo, el cambio climático con sus infinitos desastres, la amenaza nuclear con los suyos, la guerra, los terremotos, las erupciones volcánicas, los tsunamis, pero la estupidez humana en cualquier de sus modalidades no es lo que menos debe dar. Una de esas modalidades pudiera ser la que cifra la supervivencia en enterrarse antes de tiempo con, eso sí, muchos tarros de compota, sopas de sobre y rollos de papel higiénico como para dar la vuelta a un mundo que ya no habría, como tampoco ningún pájaro anunciador.