Tengo parientes en Ecuador y mi nieta mayor acaba de jurar la bandera; la ecuatoriana, por supuesto.
No es que la niña esté en una academia militar ni haga estudios de ese tipo. Simplemente ha acabado el bachillerato y ese día todos los alumnos del país, sin excepción, juran la bandera, según establece la Constitución, que no da la opción alternativa de la promesa ni, mucho menos, la de omitir el sagrado ritual que permite acceder a la universidad.
Viendo la filmación que me han mandado mis hijos, he pensado por un segundo qué sucedería si se estableciese algo similar en España. No sólo es que carezca de sentido, sino que las algaradas, con quema de banderas incluidas, serían de órdago, y eso sin contar con los territorios españoles en las que los signos del Estado, además de la bandera, están excluidos de la esfera pública.
En cambio, en Ecuador y en la mayoría de los países hispanoamericanos, jurar el respeto a la enseña nacional resulta algo obvio y no sólo no es ofensivo, sino hasta digno de orgullo. En nuestro país, sigo reflexionando, sólo hay episódicos y muy escasos homenajes a la bandera, realizados en la mayoría de los casos por nostálgicos ciudadanos que hicieron lo mismo cuando existía la mili obligatoria y que ahora, años después, renuevan su fidelidad a la enseña nacional.
Mi hija, que conoce el percal de este país, se preocupa al enviarme el vídeo para que no me meta en ningún problema «¿Qué vas a hacer con él? Ya sabes cómo se ven estas cosas en España».
Por eso mismo me limito simplemente a contarlo y que luego cada uno saque las conclusiones que quiera. Allá él.