Ya estarán más que enterados de lo de Italia, ese país operístico que inventó el latín, la pizza y el neorrealismo, además de la mafia y el catenaccio, y que el domingo, por puro hartazgo de sí mismo y de sus políticos, votó masivamente a la extrema derecha (ellos le dicen centro derecha), y tal como estaba previsto, elevó a la no menos operística (muy gritona) Giorgia Meloni, y sus Hermanos de Italia, a los cielos del poder terrenal. Dicen los entendidos que si tantos italianos, en un gesto muy neorrealista, votaron a esta coalición neofascista, fue sólo para ver qué pasa, para variar, lo que con la ayuda de una exagerada abstención (acaso los que no votaron estarían viendo Rigoletto, como aquel gánster de Con faldas y a lo loco), dieron a la mussoliniana señora Meloni y sus compinches Salvini y Berlusconi un triunfo histórico. Pronto habrá en Italia el Gobierno más derechista desde la Segunda Guerra Mundial, lo que visto el panorama de esta Europa en guerra, ni siquiera nos extraña. Es lo coherente, lo habitual, igual que lo fue hace casi un siglo. La rubia (teñida) Meloni, que pronto mandará muchísimo y en campaña apareció en la redes sosteniendo dos melones frente a sus pechos en un guiño bromista digamos atrevido (con un par), pero anticuado y zafio, tiene un programa político sencillo que gritaba en los mítines y ha seducido a los hermanos italianos. «Soy una mujer. Soy italiana. Soy cristiana. No permitiré que me lo quiten». Formidable declaración política. Puede que ustedes no sepan quién pretendía quitarle eso, ni entiendan la profundidad del mensaje, pero al parecer numerosos italianos sí que lo sabían, y lo entendieron a la primera. Hasta nuestro Abascal, que es feliz estos días, aplaudía entusiasmado. Comprenderíamos y hasta le agradeceríamos que se nacionalizase italiano, a fin de disfrutar ya de una mayoría absoluta. Mayoría absoluta, sí. ¿Y estando anunciada esa calamidad hace semanas, se fueron a ver Rigoletto casi el 40 % de italianos? Pues sí, por hartazgo, por aburrimiento. No hay nada tan peligroso como un italiano que se aburre. Menos mal que por otra parte, los Gobiernos no suelen durarles nada. A ver si también cumplen esa tradición.
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