Ha dicho el presidente del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, que no tiene ninguna esperanza. Después de llevar cuatro años y ocho meses en funciones ha perdido la ilusión que tenía de que un acuerdo entre PP y PSOE, porque no hay otra alternativa aquí, le permita el relevo. Lo que no ha explicado es qué va a hacer ante su desesperanza. Aparentemente lo mismo que ha hecho en los últimos cuatro años y ocho meses que ocupaba con su mandato vencido el cargo pero que aún veía con optimismo el panorama. Seguir en el cargo, trampear en la medida de lo posible y presidir actos solemnes, que es una de las principales atribuciones del presidente del Supremo y el CGPJ. Sería lamentable que no hubiera nadie en la apertura del año judicial y no se pudieran celebrar las entregas de medallas y otros eventos similares.
El resto de funciones útiles que debería desarrollar un presidente en activo no las puede llevar a cabo de forma plena, por lo tanto, tanto da que Lesmes esté en el cargo o que no. La desesperanza mostrada ayer explica la falta de acción por su parte. De bajón es complicado actuar para presionar y es normal dejarse guiar por la inercia de presidir comisiones permanentes y plenos. Un dejar pasar los días. En sus declaraciones de ayer dejó sin explicar en qué momento le invadió esa desazón y comprendió que el acuerdo entre los dos partidos es imposible.
Si fue enseguida u ocurrió al pasar los meses y los años sin que se haya movido nada. La culpa, es evidente, que no es suya. Sin embargo, si uno de los protagonistas del drama está desazonado y con desgana, cómo no estarán los ciudadanos espectadores de la trama. Si no fuera algo tan abstruso como el CGPJ, al borde de la indignación.