En general, incluso los demonios de rango inferior suelen ser inteligentes, o muy inteligentes, y ello tanto porque la mayoría son ángeles caídos y para rebelarse contra Dios hacen falta ciertas dotes intelectuales de lógica y raciocinio, como porque ya de por sí hacer el mal en serio exige un mínimo de inteligencia. Un demonio tonto, como un diputado tonto, la verdad es que no sirve para nada, y a la tercera misión fracasada, lo normal es que lo manden a los negros abismos del infierno, dedicado a mordisquear eternamente las entrañas de los condenados. Como sucede a diario en nuestro mundo.
Sin embargo, un demonio idiota que se hacía llamar Adriel, y se las daba de descendiente de Azazel, célebre líder de los ángeles caídos que se casaron con mujeres (porque eran hermosas), y ahora es un héroe de manga y supervillano de Marvel, tuvo un golpe de suerte y se libró del triste destino de los idiotas, así en la tierra como en el infierno. No sólo se libró, sino que triunfó en toda regla, queridos niños y niñas. Resulta que muy preocupados los poderes infernales porque los seres humanos ya no respondían a las tentaciones clásicas, lujuria, ira, pereza, soberbia, etc., y si respondían daba igual y no pasaba nada, celebraron un cónclave para determinar cuál era en la actualidad el nuevo concepto del mal con el que seducir y tentar a la gente.
Estaban allí Belfegor, Belial, Asmodeo, Mammón, Satanás y hasta un oni japonés, que se había colado sin que nadie le convocara, así como un espía camuflado de Dios (acaso el propio Gabriel), igualmente preocupado por la decadencia del pecado. No tardaron en decidir (eran muy, muy listos) que la última forma actualizada del mal era la idiotez. Y sólo con soberanas idioteces se podía tentar a la gente. Así que de inmediato todos pensaron en el majadero de Adriel, maestro en gilipolleces, para dirigir las operaciones de idiotización global del mundo. Dios, a su modo tácito, dio el visto bueno, y el demonio más idiota (para nada descendiente de Azazel), revestido de honores, comenzó a actuar. Sólo se le ocurrían tonterías, pero que, ante el pasmo de todos los demonios, funcionaban siempre. Y en esas estamos, queridos niños y niñas.