Si es 1 de septiembre, eso querrá decir, entre otras muchas cosas, que Enrique Lázaro habrá terminado ya sus vacaciones y, páginas más adelante, habrá vuelto con sus artículos, o párrafos como los llama, y este texto de aquí pasará lógicamente desapercibido. Supongo que si quisiera contar algo que quisiera que quedara en secreto, o que pasara algo desapercibido, tendría que contarlo un día como hoy.
Después de una noche de bochorno (en el sentido de calor sofocante y húmedo y no en el otro más relacionado con los sentimientos) opté el último día de agosto por salir a la calle, comprobar si todavía paseaba gente de fuera por la calle e intentar averiguar si se trataba de turistas o, por el contrario, sólo eran viajeros. A estas alturas (pensé mientras tomé la decisión de no ponerme todavía con el libro de Vila-Matas pues si lo esperaba desde hacía tres años, bien podía dejarlo para el fin de semana y evitar terminarlo en un momento) quien más quien menos habrá vuelto a sus ocupaciones habituales.
No es fácil distinguir entre viajeros y turistas, comprobé, pese a la polémica de este verano caluroso (y también un poco bochornoso en el otro sentido; ha habido momentos y polémicas con mucha tontería), no tan diferente a otros de antes de la pandemia. En poco tiempo habrá que recordar que los días han ido ya acortando y que pronto habrá que adelantar el reló por el inicio del horario de invierno. Además de salir a la calle para intentar distinguir a turistas de gente que viaja (bueno, también me pregunté a qué habría venido yo a Mallorca de no haber nacido aquí y lo primero que se me ocurrió fue que a ver el sol, comprobar si era una isla como la de Robinson o saber de Valldemossa por lo de Chopin) también le pedí a una compañera que me dijera la primera palabra que se le ocurriera. Dijo naranja. Y en vez de en un tuit, lo conté en un artículo.