El que fuera famoso investigador y catedrático de la Complutense, a quien tuve el honor de escuchar en un par de conferencias, en los años 70 del siglo pasado, doctor Botella Llusià, escribía: «Yo no quiero ahora hacer un análisis más o menos profético, y como tal muy arriesgado de si la humanidad va a extinguirse por exceso de población o por empobrecimiento. No puedo decir si somos una especie condenada a la degeneración y a la desaparición por inadaptación al medio, como les ocurre a los grandes saurios del secundario o si, por el contrario, nuestro propio éxito reproductivo va a conducirnos a la autodestrucción matándonos entre nosotros…» El mensaje es claro. La advertencia más clara aún.
El destacado profesor de cátedra, con prestigio internacional, no hablaba por hablar sino que ponía detrás de cada palabra un concienzudo análisis. Esas palabras llevan fecha, 1975, cuando ahora el maestro lleva años desaparecido. ¿Podríamos hoy dar respuesta a su hipótesis? ¿Sabrían los grandes pastores de la grey política dar algún argumento que desmienta lo escrito? Me temo que no. A veces, aparentemente, los políticos en el poder, al tener que buscar la respuesta entre dos opciones, eligen la que, aparentemente, está más alejada de la razón, la que lleva menos lógica, la que parece más discutible, la que no adolece de acentos absurdos. ¿Y por qué eso? Porque en el gran teatro público de la demagogia solo nos muestran los decorados que conviene a razones ocultas, a veces, grandes operaciones financieras de improbable legalidad. ¿Vendemos armas por razones ideológicas o por simple ambición mercantil? ¿Daremos la primera razón por buena y nos llenaremos los bolsillos con la segunda?
Resulta que las economías nacionales, impulsadas por el gran capitalismo, han aceptado la lucha contra el cambio climático con la boca pequeña, con la aparente timidez del sí pero no, dando una de cal y una de arena, camuflando los fallos del sistema para que no se le puedan ver sus agujeros. ¿Nos estamos matando para sostener un tejido industrial tóxico a cambio de un presente sin futuro y un transitorio pan obrero? Se nos dice a quién hemos de alabar y a quien hemos de odiar, como nos hemos de vestir y que necesidades de gasto llevaremos a cabo, cuando hemos de gastar energías y cuando tenemos que ahorrarlas, de qué deudas billonarias nos hemos de hacer cargo… Con todo junto, un suicidio universal y colectivo.