El rey Mohamed VI quema las noches de París. Núñez Feijóo se iba de vacaciones de mar y montaña con narcos. Bill Clinton se divertía de lo lindo en el despacho oval en horas de trabajo. Donald Trump, entre otras muchas tropelías, se orinaba en los colchones de hotel donde había dormido Obama. El rey Juan Carlos I se pasó décadas de juerga en variada compañía femenina. Durante el confinamiento, en las bacanales de Boris Johnson el vino y el vómito salpicaban las paredes de la residencia oficial mientras los invitados se liaban a puñetazos. En los retretes del Parlamento británico se encontraron numerosas evidencias del consumo de cocaína. Pero fue una reunión con amigas de la primera ministra finlandesa Sanna Marin (unas copas, baile y besos, nada delictivo) lo que ha levantado una polémica tan falsa como interesada. Fueron a por ella como perros de presa, poniendo de manifiesto una vez más la preocupante deriva en que la actividad política ha caído.
La señora Marin en ningún caso debería haber pedido disculpas por su pequeña fiesta, y mucho menos haber aceptado someterse a un test de drogas. Primero, porque la vida privada es eso, privada, y todos y todas tenemos una; segundo, porque crea un peligroso precedente aceptar el derecho ajeno a inmiscuirse en nuestros cuerpos, y tercero, como decíamos, porque vicia la política –ya muy enferma de populismos– con malas prácticas. Contrasta esta inquisición personal con la bula y vista gorda a los varones, sobre todo si son de derechas: ¿alguien se imagina a la oposición pidiéndole un análisis de drogas en sangre a Winston Churchill, a Fraga Iribarne o incluso a Margaret Thatcher?
Hay otra cosa que la primera ministra no debería haber hecho, ésta sí realmente importante, pero que parece no haber alarmado a nadie: romper la tradicional neutralidad de Finlandia y haberla metido en la OTAN, y además sin ninguna consulta ciudadana previa. Si hay un escándalo, está ahí, y no en sus bailes.
Señora primera ministra, ni pida disculpas por su ocio, ni acepte que exploren su cuerpo, ni, sobre todo y en otra dimensión más crucial, avive la confrontación y la guerra sumando su país a siniestros bloques militares. Por lo demás, diviértase en su tiempo libre; como persona –y joven– tiene usted todo el derecho a la alegría y el placer.