Pasarán años, décadas, siglos (o como quiera que se cuente para entonces el tiempo) y todavía nuestra época y quienes fuimos protagonistas seguiremos siendo objeto de estudio y nos señalarán con aire de reproche con el dedo. Fue –dirán, si para entonces es posible sacar ya conclusiones y todavía se publica algo parecido a libros blancos, tesis o dictámenes de comisiones investigadoras– la única especie que tuvo en sus manos cambiarlo todo.
Lo tenía todo, insistirán, incluso el contador a cero. Fue el año cero de aquella época cercana al inicio del milenio. Fue el 2020, número casi perfecto, cabalístico si se quiere y que tanto valía (hubo debates sobre casi todo, y también sobre esa cuestión) para identificar una época que terminaba como otra que empezaba. Lo tenían todo para parar, para echar el freno y aprovechar algo que se pareció a un momento de pausa. Pasarán años, décadas, siglos o como quiera que se cuente para entonces el tiempo y nos seguirán señalando con el dedo y se estirarán de los pelos recordando cómo se ignoraron los avisos previos y las señales que habían ido llegando en tiempos inmediatamente anteriores a aquel lapso de tiempo que no pasó de ser un visto y no visto.
Era el momento de parar y aprovechar aquel momento de tranquilidad en el que otras especies también se atrevieron a salir una calles menos transitadas y otros sonidos pedían pasa para componer la música de aquel tiempo. No habían terminado de parar –dirán– y sin llegar a detenerse del todo, empezaron otra vez a correr. El verano de 2022 fue especialmente movido, con mucha gente moviéndose de una lado para otro a un ritmo frenético, como si hubieran decidido que ya no habría un mañana. Hasta algunas estrategias que parecían pensadas para cambiar hábitos de vida (algo que llamaron teletrabajo) entraron en la vorágine de la aceleración permanente.