Alguien dijo que pocas cosas habían peores que sufrir una decepción, bien por parte de una amistad, por un amor, bien por un acuerdo laboral no llevado a cabo o por la simpleza de haber confiado en alguna cuestión que se daba por hecha y de pronto nada resulta ser como uno tenía previsto. Las decepciones provocan, tras el impacto que suelen ocasionar y tras una pertinente reflexión, un reset absoluto en nuestra vida. Son tantas las cosas que deben analizarse en ese preciso instante.
De hecho, un exceso de confianza en los que nos rodean puede llegar a ser letal por ello las personas se vuelven cada vez más solitarias y selectivas al descubrir que, efectivamente, no todo el mundo es quién dice ser y suele adoptar el uniforme estándar de la masa imperante pero teniendo toda la información posible acerca de la misma y eso es ya en sí tremendamente decepcionante.
Hay personas que se alegran de las decepciones ajenas por el simple hecho de que no soportan ver a la gente feliz. Sí, son muchas las decepciones que soportaremos en la vida pero a veces tardamos mucho en ser conscientes de que nosotros también podemos decepcionar a los demás. Sabido es que es más facil ver el error ajeno que el propio y en ocasiones ser los decepcionantes puede ser más doloroso que el haber sufrido reiteradas en nuestra persona.
El tiempo posiciona a todo el mundo en su lugar y en esa atalaya con vistas nos damos cuenta de infinidad de acciones y decisiones que con la sabiduría del paso del tiempo no se hubiesen cometido. Ortega y Gasset dijo sin embargo que el verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores.
Hay personas que nunca superan una decepción, ya que su orgullo no se lo permite pero no saben que el orgullo es la peor de las decepciones a las cuales uno mismo deberá enfrentarse. Si permiten que éste venza en su interior poca felicidad hallarán a su alrededor, por ello el carácter de cada hombre es el árbitro de su fortuna. Todos podemos equivocarnos en esta vida, incluso en más de una ocasión, para ello se creó el perdón pero no uno cualquiera si no el perdón que nace en el alma, el único que es capaz de enmendar cualquier decepción provocada. Entonces, todas las crisis nos llevan irremediablemente a procesos de transformación que nos convierten en mejores personas de lo que éramos, sin duda. De lo contrario, nada tendría sentido.