Es casi imposible encontrar ámbitos públicos en los que la política no esté presente. Por esto siempre he visto con conmiseración a las personas que alardean de pasar de la política sobre la base de que todos los políticos son iguales. En realidad, todos sabemos (incluso aquellos que alardean de lo contrario) que los políticos son muchísimos y muy diversos y que juegan un papel esencial en muchos ámbitos de nuestras vidas. Incluso quienes deciden no votar no dejan de inferir por omisión en los envites que están en liza.
Sin embargo, hay un ámbito muy trágico y muy especial en el que la política calla para que la sociedad civil sienta la necesidad de expresar el dolor por la muerte de sus seres queridos. Sucedió recientemente en el memorial de las víctimas de la pandemia y se ha repetido hace pocos días en el recuerdo de los atentados de las ramblas de Barcelona.
Esta capacidad de empatizar con el dolor ajeno es una maravillosa capacidad del ser humano.
Desgraciadamente, no faltan especímenes como los que intentaron intentaron boicotear el silencio del acto y quienes, como la expresidenta del Parlamento de Cataluña fueron a darles aliento.
Pero esto, al final, es como todo: la lucha entre el bien y el mal