Si Joseph Goebbels levantara la cabeza, estaría orgullosísimo del mundo que hemos creado. Al menos, en España. A base de repetir no mil, sino millones de veces una mentira tan grande y grosera como que mil euros mensuales es un buen sueldo, la mayoría de la población –especialmente los jóvenes– la han elevado al rango de verdad indiscutible. Se percibe en las redes sociales, donde ya se libra una guerra en la que los pertenecientes a la generación actual acusan de «privilegiados» a sus padres, por el sencillo hecho de que han logrado comprar un piso y tienen un empleo en el que ganan más de mil quinientos miserables euros.
La desgracia es que estas personas no leen, no se informan y no viajan. Porque si lo hicieran, se darían cuenta de que este país se está quedando atrás a marchas forzadas, junto con Grecia, que ya ni siquiera puede decir que es soberano, pues lo gobiernan desde Bruselas. La clase trabajadora de cualquier nación europea –por favor, no saquemos a relucir a los países del Este, que están todavía en los años cincuenta– disfruta hoy de una calidad de vida que a nosotros nos parece un «privilegio», incluso un «lujo».
Los jóvenes que se sacan con esfuerzo –y mucho dinero– un título universitario cotizan aquí al mismo nivel que el que no ha estudiado nada y traslada carretillas de un sitio a otro. El salario mínimo interprofesional –de miseria– es a lo que se agarran los empresarios para decidir los sueldos de sus empleados jóvenes, tengan el nivel de conocimiento, talento, habilidades y actitud que sea. Así, claro que es inviable comprar un piso y tener una vida. Pero no es porque la generación anterior sea privilegiada, sino porque España ha entrado en barrena y me temo que no va a salir.