Las redes sociales han generado un mundo paralelo que ríete tú del Metaverso de Mark Zuckerberg. En ese universo ficticio, el más idiota del corral se autoproclama rey del mambo y millones de idiotas como él lo convierten en rico y poderoso. Hubo uno, un streamer, que mantuvo en vilo a millones de seguidores de todo el mundo durante horas con un reto que consistía en contar hasta un millón delante de la cámara. No sé si lo consiguió ni si existe alguien tan tremendamente aburrido de la vida capaz de seguir una retransmisión como esa. Pero el tipo es millonario a base de chorradas similares.
Mérito tiene, desde luego, aunque solo en el mundo paralelo, donde el tuerto es el rey. Sin embargo, a veces, cuando estiras demasiado de la cuerda, el tiro te sale por la culata y el sentido común se impone. Es raro y por eso es noticia. Ha ocurrido con un tal Borja Escalona, un madrileño con pinta de legionario chulesco y analfabeto, al que ya le han cerrado las redes sociales por su comportamiento mafioso. Se dedica a visitar bares y restaurantes para comer gratis a cambio de su supuesta «promoción», al ser un tipo con bastantes seguidores (incomprensible, lo sé).
Lo triste es que muchos de estos pequeños empresarios tragaron para no meterse en líos o quizá con la esperanza de ganar clientela. Hasta que una mujer, empleada de un local de Vigo, le obligó a pagar los dos euros que costaba la empanadilla que se estaba comiendo. El tío, sin dar crédito a tanta insolencia ante un influencer de su categoría, en un tono repulsivo le dijo que recibiría una factura de 2.500 euros por la campaña de promoción en redes que acababa de hacerle. La respuesta por parte de los propietarios, lógica e inédita hasta ahora, ha sido denunciarle.